Y cuando anochece, me visto de sombra. Acompaño a las calles desiertas, ligera, flotante. El suelo parece lejano y hasta blando. Me deslizo grácil entre semáforos ámbar y pasos de cebra de un blanco asombroso. A veces, otras sombras me acechan. Bajo al asfalto, de repente. Acelero el paso. Finalmente corro. No sé por qué no corro desde el principio, si es lo que realmente quiero hacer. Corro tanto que las pierdo rápidamente de vista. Las sombras desaparecen, pero yo sigo corriendo, y me giro de vez en cuando, con el miedo en el cuerpo y la adrenalina por las nubes. Voy frenando poco a poco, jadeante. Tengo que parar porque no puedo evitar reír. Parezco... soy una loca en mitad de la ciudad.
Me tiemblan las piernas. Serán los tacones que hace tan sólo un minuto resonaban por cada callejón. Salgo a una gran avenida llena de luces y de silencios interrumpidos por sirenas lejanas. Me veo a mí misma en blanco y negro. De repente, mi ropa se tiñe de un color anaranjado. Vuelve el negro. Levanto la mirada y descubro una vieja farola traviesa que juega a encenderse y apagarse...
A lo lejos, un señor extrañamente alto apunta con el dedo hacia mi destino.
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